miércoles, octubre 01, 2008

Singularidades y multitudes. Hacia la búsqueda de una unidad que no se cierre.


Las profundas transformaciones ocurridas en la sociedad en las últimas décadas del Siglo XX han transparentado la violencia de la trama que conforma el reverso del luminoso e ilustrado escenario erigido por el proyecto de la modernidad. Las categorías de construcción de la realidad, trascendentalizadas por ontologías que, aunque racional y secularmente fundadas, tenían por paradójico objeto la invisibilización de los rastros históricos de quienes se auto-adjudicaron el carácter de medida universal de lo humano. Dicha autoglorificación se ejercía, sin embargo, a partir de la construcción de alteridades que, en todos los casos, rezumaban precariedad en su ser. Vemos así que la centralidad del europeo coagula mediante el expediente de construir una otredad signada por la inconstancia, la labilidad y el infantilismo ontológico. La centralidad del ser aparece así dialécticamente vinculado a la colonialidad del poder: lo mismo y lo otro se construyen histórica y espacialmente al amparo del proyecto colonial moderno.
El rasero de la humanidad europea actuará como máquina genocida en América, Asia y África: la minusvaloración de la vida informa al proyecto moderno europeo en su devenir colonial e imperialista. En la metafísica moderna, el excluyente imperio de la representación deja de lado la opacidad de lo concreto y consolida un modelo antropológico que se define por su parentesco con lo racional antes que por su precariedad y finitud corporal. El Descartes que se autoreconocía existente mediante su autónoma capacidad de pensamiento, cuando se expande por las rutas de la codicia racionalizada ve, en la minusvalía ontológica de los otros subalternos, puros cuerpos (en rigor meras máquinas), que pueden redimirse integrándose al mundo único como productores y como menesterosos espirituales.
La agencia de dicha operación globalizadora ha estado en mano del estado nacional, que tanto en Europa como en el mundo colonial, ha sido productor de ciudadanía, entendiéndose por ello el umbral material que permite ser reconocido como sujeto jurídico, es decir como sujeto cuya valía está ligada a su ingreso a la universalidad de la organización jurídica y teleológica del estado. El ciudadano disimula su singularidad material en una segunda naturaleza jurídica y la multitud es obliterada en la categoría homogeneizante de pueblo.
La situación contemporánea es la de una deslegitimación progresiva e irreversible de dichas categorías modernas y por lo tanto, una situación en la que se habilita la singularidad no mediada por la entelequia racional y la multitud se rebela contra las lisuras jurídicas-filosóficas para reclamar desde su singularidad corporal el derecho a una realización sin cortapisas.

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