viernes, octubre 31, 2008

Reggaeton, academía y latinoamericanidad.




Los altos discursos, los discursos de las epistemes y los claustros universitarios, los discursos imantados de benevolencia y/o mesianismo de los arduos intelectuales, dicen palabras que se escabullen en el desprevenido o desinformado oído del hombre corriente. El mayúsculo esfuerzo de hallar claves explicatorias y llaves hermenéuticas que abran el arcano escondido de la latinoamericanidad se desintegra, se desvanece, se licua ante la sencilla opacidad de la vida retenida en su producción y reproducción cotidiana. Entonces el sabio anda divorciado del plebeyo, distanciados, separados. A veces ocurren distanciamientos dolorosos, a veces subalternizaciones demagógicas, a veces complementariedades fecundas. Pero sólo a veces.
Lo normal es la incomprensión.
Pero no se trata de una incomprensión que deviene de alguna mala voluntad, de alguna mala índole, de alguna mala constitución ontológica del hombre de pueblo que es duro para entender la palabra liberadora. Se trata de una incomprensión construida, histórica, gestable y suprimible. En rigor se trata más bien de la incomprensión ilustrada, de la soberbia incomprensión de quienes conocen el pulso de la vida a través de las teorías de las ciencias sociales y humanas (o a través de la mediación estética de la novelística, el teatro o el cine) pero es incapaz de reconocer el carácter díscolo, no normado, espontánea, bárbaro, antropófago de la vida.
Por allí anda la vida, dolorosa, marcada, sufrida, con sus conatos de borrachera y ensoñación, con sus fulgores de placer y sus sueños de alegría.
Por allí, la academia, con su bienintencionado aburrimiento, con su negación de la alegría, con su severa impugnación a la alienación que encarnan los ilegalismos. Como si la profundidad de la vida debiera encararse sólo con la seriedad. Como si no pudiera conciliarse la maravilla, la espiritualidad más intensa con los temblores del cuerpo, con el ritmo del reggaeton.

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