domingo, octubre 10, 2010

Los múltiples cuerpos de América latina


LOS MULTIPLES CUERPOS DE LATINOAMERICA.
Abelardo Barra Ruatta
1. Cuerpos en contigüidad. Simbiosis de tierra y sangre.
No habría, estrictamente, mares turquesas ni playas doradas, ni jaguares míticos ni monótonas morsas. Ni mediodías tórridos en la cintura ecuatorial del continente, ni largas noches en sus fríos confines meridionales, si no existiera el ojo humano que todo lo explora. Si no existiera la piel que se estremece con el beso de las brisas o la furia caliente de los géiseres, si no estuviera la lengua que descubre la dulzura del maracuyá o el verde amargor de la lima. Si no escuchara el oído, el fantasmal gruñido del carayá en la informe oscuridad de la selva o el apocalíptico estruendo de los glaciares cuando se desploman en las gélidas aguas. Si no se embriagara el olfato ante el dulce perfume de la ciclópea magnolia o ante el hedor amoniacal de las islas de bosta de las aves guaneras.
En el nacimiento mismo de su sentido histórico, Latinoamérica ya es múltiple. La forman vastos órganos corporales que se llenan, de antrópico sentido, cuando el hombre los mira, los huele, los toca, los saborea, los escucha. Desconociendo aquí la lógica y ancestral ancestral prioridad geológica o el anticipo animal de sus gigantescos dinosaurios, me detengo en el humano, que es quien descubre y enuncia en su palabra, la magia singular de sus océanos, el extenso árbol de la Amazonía, la columna descomunal del Ande que la vertebra entre el proceloso mar y el valle fértil.
Los primeros cuerpos de América son sus bloques telúricos, inefablemente bellos, aunque mudos. Los otros cuerpos, los que inauguran el sentido, son inteligentemente frágiles y se presentan babelizados en plurales lenguas nombradoras: del abipón al yumbo, del bayá al tupí, del ciaguá al quichuá, del guaraní al puelche, del mapuche al orejón. Todos ellos nombraron los cuerpos de la tierra con sus sagrados y locales nombres. Eran muchas las Abya Yalá. Y para cada uno de esos conglomerados de cuerpos con voz, su Abya Yalá, la suya, era el universo.
Tiempo de cuerpos y mentes interpenetrados. Cuerpos con voz. Cuerpos que parecen hablar desde las entrañas, pero no porque el desarrollo filogenético los hubiera detenido en un estadio de mutismo intelectual, sino porque sus hondos y meditados pensamientos, se sentían naturalmente incorporados, encarnados, hechos de cosas antes que de fantasmas mentales. Porque entonces, las palabras no parecían ser resultantes de complejos procesos de abstracción metafísica, sino que parecían fluir de los enjambres neuronales para capturar y amoldarse a la forma caprichosa de las rocas metalíferas. Las palabras parecían salir de las bocas para seguir los meandros de los inestables ríos, largos como anacondas míticas; o para detenerse en la blanca quietud de los salares interminables; o para trepar la altura multicolor de sus cadenas montañosas.
Eran muchos entonces los cuerpos mudos que sentían, sin embargo, como si fueran vientres protectores. Valles cerrados, riberas marítimas, mediterráneas llanuras. Y eran muchos, también, los humanos desperdigados en territorios que se cerraban y se totalizaban como mundos únicos, últimos. En suma, eran muchos los cuerpos puestos en contigüidad. Muchos los cuerpos finitos, vulnerables, lábiles, que se amalgamaban a los cuerpos de sus pequeños universos, determinando hibridaciones inteligentes de carne y piedra, y rio, y mar, y montaña, y floresta, y ave, y camélido, y estrella y astro. Jardín antropológico del Edén, donde todo tenía ya un nombre, porque era antigua la presencia de la lengua humana nominando lo inerte, vivificando todo, sistematizando todo. Mimetizados con el paisaje estaban los cuerpos, bellamente adornados, construyendo las múltiples corporeidades de lo que alguna vez iríamos a llamar América. Acto ventrílocuo de nominación, en cual, las muchedumbres ya no podrían disimular cierta irredimible melancolía ante lo perdido; sin esconder, otros, cierto desdén colonialmente inducido por lo que alguna vez se llamó de otra forma.
2. Cuerpos que se distancian.
La historia de Latinoamérica registra brutales choques de cuerpos. Cuerpos potentemente metálicos que descubren cuerpos bellamente desnudos. Cuerpos cobrizos que descubren otros cuerpos ocultos en el miedo religioso de la carne. Cuerpos que se agitan excitados de lascivia y de superstición, al contacto con cuerpos que exhiben libremente sus formas y en, ello, hacen ostensibles las señales impúdicas de lo satánico. Ojos esquizoides que se deleitan y se escandalizan, ojos libidinosos y culposos en la contemplación de la espigada desnudez taína, ojos que se aterran o se maravillan al corroborar las figuras y descripciones de los bestiarios de medieval ignorancia.
Se dibujan en el paisaje paradisíaco nítidamente los cuerpos, que el conquistador evalúa adecuadamente blandos y dóciles para el sometimiento y la utilización. Cuerpos indescifrables que los indígenas creen identificar con los barbados y ruidosos dioses que las profecías anunciaban. Confusión de cuerpos, mezclas aberrantes entre especies (se duda mucho tiempo acerca de la humanidad de los habitantes de este punto del mundo), cuerpos de hombres y cuerpos de micos fusionados en una sexualidad furiosa, violenta. Cuerpos de la violación, híbridos, ligeramente antropomórficos. La confusión y el griterío que imperaba no deben confundirse con la proximidad. No hay cara a cara. No hay ética. En rigor, esos cuerpos aglutinados sin respeto ni reconocimiento, son cuerpos que empiezan a estar distanciados, enemistados, desconocidos. Aunque por todas partes anden amontonados los conquistadores y los sometidos.
El invasor, cuerpo extraño en la organicidad de la tierra invadida, se involucra fervorosamente en el culto (herético en rigor, respecto del benevolente dios cristiano que bendice sus acciones) de dioses venerados hasta la obscenidad: los invasores comienzan con la exacción de la vida oculta en las entrañas de esa montaña que, el lugareño miró a lo largo de las eras, con cotidiana reverencia. Extracción de verde sangre en las plantaciones de azúcar y cacao. Succión de roja sangre en el brutal trato que reciben los cuerpos, ambiguamente humanos, de los indígenas. En pocos años de desprejuiciada explotación, los indios se van extinguiendo, inmersos en una vivencia psicológica que mezcla resignación, estupor, incomprensión y vergüenza.
Se distancian y se compartimentan los cuerpos en castas sociales y sanguíneas: mestizo, castizo, zambo, mulato, morisco, cholo, chino, lobo, jíbaro, cuarterón, quinterón. Son separaciones que se extienden en el cuerpo social, separando, obturando, obliterando, oponiendo. Crece una sociedad donde las corporalidades se excluyen y repudian al amparo de epistemologías racistas y de vetustas justificaciones escolásticas, que el conquistador socializó universitariamente entre los sectores decentes de los colonizadores internos.
Ni el conquistador ni el colonizador supieron entender y respetar los infinitos cuerpos de la tierra. Por comparación con la casuística y la teoría de la Vieja Europa, coligieron que aquí todo era inmaduro e inacabado. La tierra espantosamente hostil por sus impenetrables selvas, por sus pestíferas ciénagas, por sus llanuras infinitas que repelen los asentamientos humanos, por sus animales débiles e inferiores, por sus aves mudas. Por todo ello, los cuerpos de la tierra se erigieron en meros recursos a expoliar.
La instrumentalización de los cuerpos se vehiculó de la mano de una secularización lucrocentrada que desconoció las formas ecológicas de la sacralidad que habían adoptado las organizaciones comunales, que habían fundido simbióticamente los cuerpos humanos con los cuerpos benefactores de la tierra. Los ayllus, las formas comunitarias de producción, distribución y consumo de los bienes, que estuvieron, durante muchos siglos, fundados en el aprovechamiento mesurado de los rendimientos y las funciones de cuerpos inorgánicos y animales, fueron soberbiamente abandonados. Nuevas palabras rebautizaron –palabras que ahora portaban prosapia universal al conjugarse en acentos romances que reproducían la necesidad epistémica que los europeos suponían encerrada en el latín- los innumerables cuerpos de la Abya Yalá, que ancestrales hombres cobrizos habían nominado en la sinérgica conjunción de la erótica cognoscente de los sentidos con la conceptualización brindada por una razón fuertemente sensible, incorporada.
Crisis política, crisis moral, crisis epistemológica, crisis teológica, crisis productiva, crisis ecológica. Lo antropológico se vuelve binariedad jerárquica de alma trascendente y cuerpo desdeñable. Por todas partes el cultivo de la inteligencia se torna el desiderátum humano. Olvido e interdicción para la monstruosa pecaminosidad antropofágica. Mutilación de los cuerpos escritos por la vieja historia. Despedazamiento de las políticas corporales preteridas. Descuartizamiento de la potencia rebelde de la memoria. Curiosamente ya nada es sensorial, todo es intelectivo. Los burdos dioses que cohabitaban con los hombres son desplazados definitivamente. Abominación -asistida por la tradición racionalista clásica y/o por la vanguardia iluminista- de las aberrantes idolatrías de la piel, de la carne, de la sangre, de los sacrificios.
La episteme colonial diseña naciones, a la medida de Europa, sobre cuerpos colectivos y cuerpos territoriales absolutamente idiosincrásicos, que ameritaban un conocimiento profundo de sus especificidades genealógicas. Los nuevos cuerpos legales, los cuerpos jurídicos, paradójicamente rígidos en su blandura formal, propician y concretan el diseño de un cuerpo colectivo abstracto, el cuerpo popular, que habita un ficticio territorio nacional jurídicamente definido. Con el pueblo estamos ante otro cuerpo, un cuerpo homogéneo, chato, prolijo, disciplinado por institutos judiciales, económicos, culturales, educativos. Es el cuerpo inteligido, pensado, un cuerpo que no es un cuerpo. Es el cuerpo que puede ser sustituido, profanado, poblado. Es el cuerpo desierto. Es el reconocimiento de la gozosa colonialidad que debe asumir nuestro ser colectivo, nuestro cuerpo colectivo para entrar en la historia. Momento de la entrega patriótica del cuerpo. Es el instante exacto para que el mismo pueda ser prostituido.
2. Cuerpos monstruosos, ambiguos, heréticos.
Pero el espíritu es débil. Su naturaleza se constituye en su necesaria dialéctica con los cuerpos. Nuestro panteón de héroes corporales huele a sangre derramada antes que a esencias consagradas a una invocación espiritual de su magisterio trascendente. Pétion, L’Ouverture, Tupac Amaru, Tupac Katari, y otros miles de cuerpos rebeldes, exhibieron la osadía de reivindicar lo que alguna constituyó un espacio de dignidad y libertad, de reclamar un futuro diferente donde los poderosos no coman de los pobres. Los cuerpos criollos, híbridos y tensados entre lo mejor de dos mundos, nunca dejaron de escribir las más dignas páginas de la historia de la insumisión, historia que el poder negó, secundarizó o criminalizó situándola en los márgenes de lo verdaderamente memorable.
En un movimiento global que siempre existió en la historia (piénsese en los ejércitos emancipadores que desde el Río de la Plata llegaron a El Callao, o en los neogranadinos sublevando indios en el Alto Perú), los cuerpos expulsados por la dinámica crítica del capitalismo central, vinieron a sentar aquí sus propios cuerpos como testimonio de luchas emancipadoras que se llevaban a cabo en nombre del socialismo: ácratas que renegaban de los amos y los dioses, comunistas que como espectros amenazaban a los poderosos con sus promesas de radicales revoluciones.
De la oscuridad de la historia emergieron fantasmales marchas de olvidados, de zombis, de salvajes. En aluviones, casi zoológicos, de hambre y sed de justicia. Allí va Sandino con su sombrero de ala ancha echando a los yanquees de Nicaragua, más acá se desplaza Luis Carlos Prestes y su columna de rebeldes, recorriendo 25000 km de un cuerpo brasileño que los mira azorados, allá está Emiliano Zapata sublevando indígenas y campesinos en el sur mexicano, por la Colombia oligárquica, Jorge Eliécer Gaitán lleva adelante un bogotazo de advertencias y esperanza, aquí, en el sur, se desplazan los cabecitas negras que vienen del interior argentino convocados por el deseo de afirmarse como humanos, allá lejos, en el ardiente Caribe se desplaza un minúsculo grupo de guerrilleros a tomar La Habana e instalar la más extensa y esperanzadora experiencia de liberación socialista en América latina.
Son los cuerpos monstruosos que comenzaron a llenar todos los espacios de la vida. Las movilizaciones migratorias transformaron la fisonomía de los cuerpos sociales latinoamericanos. Un nuevo cuerpo emerge sobre el cuerpo híbrido primordial que plasmó, con la brutalidad de la violación, el conquistador ibérico. Esos cuerpos fuera de toda norma, parecen estar alumbrando una nueva experiencia de singularización corporal, una raza corporal cósmica, como la llamó el profético Vasconcelos, una corporeidad que se constituye desde las experiencias amorosas, que la búsqueda y la aceptación del otro consolida siguiendo la ley ético-estética del entusiasmo. Por todas partes la gente desplazándose para huir de las dictaduras, para alcanzar maneras más dignas de existir. Por todas partes y en ninguna parte conectados ahora en emprendimientos comunicacionales cuyo objeto último es el acrecentamiento antropológico. Nuevas manifestaciones políticas y culturales que mutan los cuerpos. Que los transforman sin diseños previos, sin utilidad, es decir sin arjé ni telos.
El largo de los cabellos o el largo de las faldas marcaron, en algún momento una agenda del deseo, en la cual ya no quedan fechas en blanco. El almanaque de la liberación está lleno de curiosidades humanas: tatuajes, escoriaciones, incrustaciones, perforaciones. Alegría carnavalesca de una diversidad que no tiene porqué unificarse. Nuevos territorios de la carne, marcada desde tribalismos contestatarios, insumisos; nuevas pulsiones incontroladas del amor; nuevas hibridaciones cada día más osadas y transgresoras continúan las jornadas de una emancipación constituyente, de una emancipación que no cesa ni puede tener un fin último. Familias amorfas donde el amor circula al ritmo de lo verdaderamente sentido. Cuerpos que se superponen, confundidos cada vez más amorosamente, cuerpos que eligen cada día una nueva ontología al escoger la performance genérica que más placer les produce. Irrespetuosamente mezclados marchan los cuerpos hacia el respetuoso territorio de la tierra sin mal teológico. Hacia la tierra de los cuerpos desregulados, hacia las fusiones agradables de carne, tierra y máquina. Los cuerpos se apoderan de prótesis digitales: se vuelven artificiales, mutables, estética y funcionalmente modificables. Los cyborgs son promesas monstruosas de días edénicos, promisoriamente subversivos, esplendorosamente posthumanos, lejos de la humana y empobrecedora reiteración que imponía la máquina analógica.
Son múltiples los cuerpos de Latinoamérica. No podría ser de otra manera. Porque son múltiples los paisajes y múltiples sus actores. Si viajáramos hacia la lisura de la mismidad, hacia la homogeneidad moderna que borraba y desconocía las marcas singulares de los cuerpos, estaríamos sin duda mal encaminados, aún cuando se nos prometiera desembarcar en el territorio de la sociedad igualitaria diseñada por los expertos del partido de la vanguardia. La garantía ontológica del adecuado rumbo de la marcha actual, está dada por su carácter constituyente, por su vocación de escucha y deliberación no jerárquica, por su deseo de abolir el poder y de gobernar en la horizontalidad de quienes se obedecen mutuamente al influjo contagioso de la simpatía o la afinidad. La garantía, la encuentro en estas voluntades subversivas que se saben ineludiblemente encarnadas e históricas. Es desde la incómoda urgencia de los cuerpos discriminados que se reclama ahora la construcción de una república amorosa, de una democracia siempre provisional de justicia y solidaridad, espacios de concreta palpabilidad erótica, de una eticidad cara a cara, donde las subjetividades satisfarán sus múltiples demandas, nacidas de la alegría y el dolor. Cuerpos que sufren y huyen del dolor, cuerpos que gozan pretendiendo persistir en el placer, cuerpos, sencilla y simplemente cuerpos, como únicas credenciales de identidad que se demandarán, algún día, para acceder a la dignidad de una ciudadanía cosmopolita.