domingo, julio 12, 2009

Los laberintos de la otredad (3)


Las relaciones apropiativas y mismificantes.

En virtud de variados procesos mismificantes de socialización generacional, quienes pertenecen a una misma tradición cultural se hallan habilitados para entablar entre sí, relaciones que, aún cuando luzcan espiritualizadas, persiguen, en la práctica, simples complementariedades instrumentales que suponen una negación de la alteridad ontológica: el otro, en última instancia es un alter ego que agota la dimensión de su ser en un repertorio de actitudes e ideas que se hallan rigurosamente determinadas a priori en el continente de la mismidad ontológica (intangible magma que constituye el ser de los yoes que se interconectan). Aún en la consumación amorosa, a la cual podríamos considerar como unos de los momentos supremos de la donación erótico-comunicativa, acaba produciéndose una relación apropiativa enancada en el despliegue yoíco que, desdibuja al otro hasta tornarlo un apéndice extrasomático (una especie de consumación material de mis deseos) de tal impulso realizativo.
Estas pseudo-aperturas consolidan tranquilidad, pues toda insinuación de la diferencia-novedad que el otro encarna, se contrarresta mediante estrategias autoprotectivas. La reiterada apelación a la incompatibilidad de caracteres con que suelen clausurarse muchas relaciones afectivas, nos parece una gráfica formulación de lo que el amante busca en el amado: confirmación para su plena y autosustante separatividad ontológica. En el orden socio-político podemos ver que los diversos mecanismos de intervinculación utilizados por las instituciones tienden a la homogeneización, a la estandarización y a la normalización, de manera tal que la sociedad concluye siendo un previsible acomodamiento de mismidades que se protegen de lo diferente (externo, anómalo, incomprensible, monstruoso,etc.) tras altas y densas paredes que delimitan la frontera con la nada.