lunes, diciembre 03, 2007

La mesura hedónica


La condena reaccionaria a cualesquiera realización política que articule los intereses de los sectores más vulnerables asentará en el recurso a un arche incontaminado, moralmente impoluto, metafísicamente puro. Consistirá en la habilitación ontológica de las jerarquías y de las diferencias. No admitirá cortapisa alguna a los derechos eugenésicos de los nacidos para el mando. Todo recorte a ese derecho divino será visto como reacción animal, impensada, monstruosa. Condenada a su nihilización, a su olvido, al ostracismo epistémico y ético. Cuando los sectores populares -con rostros indígenas, morenos, gastados, envilecidos, envejecidos- asoman a la vida política empinándose sobre la pura animalidad a la que están condenadas naturalmente, una hecatombe de la pureza queda ipso facto denunciada. La belleza, el bien, la estirpe se ven amenazadas por los monstruos invasores.
Al goce obstinado de los poderosos se le opone un dique de intereses vitales idénticamente legítimos. A la lujuria exclusiva de los opulentos se le opone la modestia de los goces de quienes solamente han existido en los límites de lo humano. Al disfrute de los poderosos se le antepone el deseo de las multitudes borrosas. Ni siquiera es menester apelar a universales que fundamentan otro principio, otro arche. Basta con invocar la mesura hedónica o la empatía hedónica. Basta evaluar al otro como un idéntico sujeto activo de deseos e intereses. Basta con mirarse la piel. Con auscultarse el temblor epidérmico que proporciona el disfrute de lo deseado cuando se alcanza. Mirar al otro como un cuerpo que anhela, que desea...

viernes, octubre 05, 2007

Las infinitas muertes del Che Guevara



Muchos más han muerto, ominosamente como el Che Guevara. Pero su resurección multitudinaria obedece al trágico heroismo de su muerte en combate. Antes se moría en combate frecuentemente: los estrategas y los soldados, los jefes y los subalternos. Pero en los últimos 40 años es más dificil morir combatiendo -con el arma en la mano, con la consigna constituyente y subversiva entre los dientes-. Muchos héroes latinoamericanos murieron combatiendo; algunos en el avatar agónico, otros fueron víctimas de viles asesinatos, muertos en las ignominiosas maniobras de los sicarios del poder. El Che Guevara tuvo una de esas muertes historiables. Una de las últimas.

Pero no hemos dejado de morir los que estamos exiliados del poder. Seguimos muriendo. Sólo que ahora se muere en mayores proporciones y en muertes aparentemente menos narrables, menos rescatables. Se muere por cualquier cosas, hasta de cólera, de lepra o de hambre. Muertes sucias, animales, biológicas.

Las profundas transformaciones del mundo actual han sepultado las muertes heroícas. Es triste morir. Es triste que haya muertos que no mueran como el Che Guevara. Es triste que la muerte del Che Guevara se vuelva infinita, se multiplique y prolifere como peste en las muertes no historiables de los que ya están fuera de la historia y de las formas humanas de la vida, de los que son apenas residuos.

martes, febrero 27, 2007

jueves, enero 04, 2007

Los vértigos de la historia.


La historia es apenas la historia de los vértigos, de los fervores, de las pasiones, de las pulsiones lábiles o profundas. Ese vértigo es su pura forma, es su perenne actualidad. Toda gesta, toda emancipación, toda rebeldía, toda utopía es la potencia constituyente del vértigo.
Latinoamérica es apenas un caprichoso nombre para esos vértigos humanos, para esos vértigos que no tienen límites nacionales ni regionales. Los límites son el fruto de la reacción a los vértigos, la nihilización de lo sujetivo, el aherrojamiento de la vida. Por eso, Latinoamérica tiene 500 años de feroz teleologismo, de brutal genocidio (más propiamente biocidio contra el fervor del sujeto, contra la rupturidad de la pasión, contra la singularidad de lo minúsculamente humano).
Pero la tristeza excede la regionalidad del biocidio, porque el biocidio es planetario, es puramente humano. Toda vida se ve acorralada por los fantasmas del finalismo, del sentido, de los esencialismos. La tristeza es la pura y monstruosa negación de los vértigos de la historia.