viernes, diciembre 15, 2006

Una ecología latinoamericana

El discurso ecológico hegemónico concibe a la preservación del medio ambiente desde un finalismo eticista despolitizado y deseconomizado. Por ello el cuidado de la naturaleza ha pasado a ser una preocupación erigida en fin en si mismo. Esta teleologización espuria pretende descomprometerse del fin último de toda acción humana: la felicidad de todos y cada uno de los hombres. Una propuesta desde Latinoamérica consiste en señalar los límites de una ecología mistificadoramente biocéntrica que, mediante una suerte de giro copernicano desplaza al conjunto de los seres humanos como foco significativo de preocupacíón moral, ubicando en su lugar una naturaleza indiferenciada (estrictamente la naturaleza pensada como recurso al servicio de los intereses de los sectores hegemónicos) que alcanza caracteres morales calcados de los rasgos morales del superior hombre occidental. Remarcando esta limitación mistitificadora y a partir de ese señalamiento se torna imperioso recuperar el carácter antropológico débil y sistémico para una ética que incluya la dimensión ecológica como un momento necesario sin que ello signifique la deificación de la naturaleza y el consecuente desenfoque respecto de la dimensión prioritariamente humana que el fenómeno ético posee.
El amor por la naturaleza, en el marco de una irreal y bucólica hiperestimación, pasa a ocupar un lugar preponderante en cierta retórica ecologista. De ese modo, la base socioeconómica de los procesos depredatorios de los recursos naturales se desdibuja. El valor crítico de la ecología política se desvanece y se pueriliza.
Desde nuestro posicionamiento latinoamericanista, el medioambientalismo está surcado de graves limitaciones y su asunción acrítica no puede sino conducir a un conservadurismo político tan grave como el sostenido por los defensores del capitalismo preecológico. La defensa del medio ambiente sólo adquiere sentido positivo, liberador y ético si se halla inscripto en una política enmarcatoria de defensa de todos los hombres perjudicados por la destrucción privativa del ambiente por parte de grupos minoritarios.
Si el medioambientalismo se exacerba y se le piensa en prescindencia de las condiciones socio-económicas imperantes, estamos adjudicando al medio ambiente un valor trascendente e inhumano. La casa del hombre lo es sólo en relación al hombre y a su propia naturaleza inorgánica. La estimación jerárquica del mundo y de sus bienes es obra estrictamente humana. Queremos significar que el valor de un medioambiente puro y apto para el desarrollo de la vida humana es algo que solamente pueden discernir los propios hombres. Y la capacidad de enjuiciamiento de la especie humana se halla directamente relacionada con su pervivencia actual. El rescate de un medioambiente digno para el hombre es una tarea inmediata de nuestro presente y no es posible delegarla en nombre de un futuro que solamente es garantizado para minorías privilegiadas.

En consonancia con lo antes expresado, el discurso ecologista vigente instala de un modo voluntarista y ahistórico el problema de la preservación del medio ambiente en el ámbito del debate acerca del derecho que poseen las futuras generaciones humanas de poder usufructuar los bienes y funciones medioambientales.
Lejos de negar la licitud de tal preocupación, creemos conveniente, por lo menos, denunciar la hipocresía y mezquindad de tal actitud que abre los ojos a un futuro incierto en tanto que los cierra a los problemas actuales dolorosamente acuciantes.
Creemos que garantizar la dimensión del futuro, como una categoría inexcusablemente antropológica, debería constituir el correlato del reconocimiento al gozo personal del presente por parte de las grandes mayorías populares. Si el discurso ecológico apela al futuro para legitimar reclamos de nuestro presente, en realidad está operando una suerte de ocultamiento discursivo de los problemas concretos del presente. En este caso, el discurso ecológico consagra las injusticias del presente al limitar sus críticas a un juego de imaginación que desdeña todo intento de establecer relaciones.