sábado, octubre 18, 2008

La fantasmal Razón universal vs. las carnales razones de la singularidad.


La Razón está hecha de razones. Éstas son las verdaderamente reales. La otra, la trascendente e impoluta Razón no es más que una hipóstasis metafísica. Lo prodigioso estriba en que esa Razón -finalmente fictiva- se erige en inhumano patrón de todo juicio emitido por las razones humanas. Hay quienes se adueñan de esa Razón a partir de sus precarias e idiosincrásicas razones y desde, allí, enjuician implacablemente a todas las distorsionadas versiones que las razones subalternas ensayan acerca de lo que es la realidad. Medio-hombres, homúnculos, caníbales, marginales, subversivos, etc. Desde la Razón mana todo un diccionario de descalificaciones y estigmatizaciones. Por todas partes las cosas a medio hacer, todo lábil, degenerado, deforme. Europa fue la Razón y el resto del mundo fue pensado como envejecido o como inconcluso, inerme o informe. América fue pensada como nueva, joven o futuridad. Toda la empiría americana fue enjuiciada por la Razón como defectuosa. Y en ese juicio de lapidaria contundencia ontológica nos quedamos durante muchos siglos fuera de la historia que traza el devenir de la Razón europea, es decir de la Razón Universal.
El desmontaje de esa perversa narración fue varias veces iniciado y varias veces truncado por el poder asociado a la Razón que todo lo sabe. Resistencia y subversión, rechazo y afirmación de la razón propia han estado presentes a lo largo de 500 años de invasión y conquista. Pero la Razón es demasiado poderosa y divina como para no hallar gerentes de la razón periférica que deseen trabajar en las oficinas centrales de la Razón única. Y desde allí, se potenció la descalificación de quienes encarnan precariamente al ser.
Por cierto que no es sólo América el lugar donde habitan los miserables. No es un consuelo decirlo, es meramente una lacerante constatación. Todos los continentes albergan residuos humanos (aún el centro del mundo está enfermo de periferia migrada). Como hongos proliferan de la mano de quienes tiran la basura de su saciedad, de su opulento consumo. Por allí el negro son su imborrable marca de ébano, por allí el indio con su piel de ande, por allí el que delinque desconociendo propiedades evanescentes (petrificadas por los gerentes de la verdad). Por todas partes la ignominia, el insulto, la afrenta. Las serranías de la riqueza sepultan las cordilleras del dolor en harapos.
Y en todas partes la racionalización política, la opacidad financiera, la adormidera mediática. En todas partes la decencia y la belleza ejercen el comando de una nave preocupada por alcanzar El Dorado con sus tripulantes de elite. Por todas partes el justo sacrificio de las víctimas propiciatorias.
Pero la Razón es una ficción. Finalmente la fuerza de las razones acabará por descubrir el ya semidesnudo cuerpo de la Razón. La red de razones (donde razones es mucho más que intelección de verdades abstractas) de vuelve densa trama de luchas y solidaridades. Por todas partes los monstruos se ponen de pie y persiguen a los doctores Frankenstein que acuden a toda suerte de estrategia letal para preservar la escuálida y enteléquica Razón que tanto les ha servido para defender sus inicuos privilegios.

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