viernes, noviembre 07, 2008

Biopolíticas latinoamericanas (2).


El poder (quienes los detentan hegemónicamente) siempre se autoconcibió luminoso en sus orígenes y trascendente en sus finalidades. Imaginó para sí un comienzo necesario. E insertó en esa necesidad la sabiduría, la presciencia y la voluntad heroico-altruista de un puñado de semidioses patrióticos. El origen se halla pues muy lejos de la pequeñez material y de la inmediatez egoísta. Las historias constructoras de las nacionalidades (y sus actuales remedos escolares) pintan a los padres de la patria como adustos y sacrificados seres cuyas vidas jamás distrajeron su destino de inmortal efigie. Esta racionalización mistificadora se erigió en una maquinaria productora de otredades ónticas. Al par del gesto titánico, celestial y trascendente emergía un mundo de cosas bajas y de seres lábiles. La vida común se erigía en fungible valor de uso destinado a edificar un altar patriótico nacional impoluto y trascendente. Estas biopolíticas de la eugenesia se inspiraban y ajustaban a vidas arquetípicas, modélicas, a cuerpos asmáticos, y la confrontación con el material real con que habían de contar para construir un presente y un futuro orientados por la utopía del paradigma europeo determinaron la ferocidad de un biopoder que necesitaba suplir los antivalores de la fealdad, pereza, inconstancia, debilidad, labilidad, sentimentalidad, irracionalidad representada por las mayorías poblacionales. Indígenas, negros, y toda la proliferación de mestizaje que las vicisitudes de la vida permitió engendrar fueron nihilizados (eliminados, exiliados, mutilados, etc.) en el nombre de una supuesta vida plena, vida perfecta, vida bien nacida, que las políticas de la vida pusieron en marcha.
El horror que acompañó esa política imaginaria de la vida perfecta deriva del sufrimiento real de millones de seres que vieron impedidos su modesto florecimiento humano y de la constatación empírica de que el poder eugenésico ha llevado siempre en su sangre la tara de suplantar la plenitud y abigarramiento de lo real por la escuálida y fantasmal insustancialidad de lo subrepticiamente copiado.

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