domingo, noviembre 03, 2013



Dentro y fuera de la historia.
Por Abelardo Barra Ruatta
La ciencia -el conocimiento puesto a razonar sistemáticamente-  construye conceptos que permiten reconstruir y/o proyectar imágenes desvaídas.  Yo, como miles de personas en el mundo, estoy empeñado  en bosquejar los rudimentos de un saber que exude vida.  Es por ello que pensar las consecuencias antropológicas de la conquista de América, constituye para mí una cuestión, primordialmente, de sentir.  Consiste en un ejercicio de inteligencia sensible, que puede hacerse, simultáneamente, dentro y fuera de la historia.
Dentro de la historia, porque nada humano se halla fuera de ella cuando la concebimos como el registro (quizás imposible pero deseable) de las pulsaciones de un corazón movido por pasiones amorosas. La historia es la inscripción minuciosa de las emociones en las nervaduras de la piel, por ello, es un acontecer en la fragilidad y en la fugacidad de la emocionalidad humana. La historia es existencial, carece de leyes aunque se repita millones de veces en la alegría y el dolor de cada una de las subjetividades existentes.  
Por eso, en esa historia multiplicada exponencialmente en la narrativa de cada una de las minúsculas vidas, el dolor indígena se halla profundamente inscripto en la morena carne, que fantasmalizó el invasor y su superior cultura. En la pertinaz y vehemente negación de los dispositivos y expedientes que hicieron derramar tanta sangre en 500 años de masacre (y resistencia), el ancestral dolor indígena esboza una mueca, parecida a una sonrisa, que expresa un incipiente alivio que procura atenuar la memoria de la infamia lacerando los cuerpos. Se pueden atisbar en los confines de la vigilia y el ensueño, retoños multicolores que portan, como pancartas del arco iris, los cobrizos brazos de los supérstites dolientes de Abya Yala.
Esto es lo que, simultáneamente está fuera de la historia, porque no hace falta crónica, duración, memoria para relevar la sincronía del dolor. La diacronía de la opresión y el sufrimiento, por cierto, adiciona frustración y nihilidad a la existencia, pero basta la angustia irredimible de quien siente actualmente la humillación de mil formas diferentes de discriminación para comprender el porqué de la muda y encorvada corporalidad del indio sometido a una ominosa servidumbre ontológica. No es necesaria la historia acumulada del padecimiento para que su congoja presente alcance la aberrante valía del dolor infinito. Es que en la longitud y la latitud de la vida individual, las coordenadas del ahora y del aquí fungen como la totalidad de una existencia. Es en la precisa intersección corporal, sensorial y emocional del presente dónde se define la valía hedónica del existir. Y mientras pese sobre el indio la prohibición de acceder a la plenitud del goce de un presente lleno de riquezas materiales y simbólicas, el dolor primará perverso y ominoso en el balance hedónico del punto existencial en el que se encuentra.


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