domingo, mayo 31, 2009

Los laberintos de la la otredad (1)


Los laberintos de la otredad.

El convivir entre iguales posee la deseada propiedad de reducir la emergencia del desorden y de espantar la contradicción. No en vano, los pueblos que protagonizaron gestas de invasión y conquista conjuraron la maléfica otredad mediante diversos expedientes, entre los cuales el violento exterminio, el ostracismo impiadoso o la desvalorización ontológica-antropológica fueron moneda corriente: la minusvalía ontológica cristalizaba en bestiarios y leyendas condenatorias -que rivalizan con los más inspirados textos del llamado realismo mágico- cuando no en densos y alambicados argumentos filosóficos. La conformación de enclaves mentales y territoriales en las naciones sometidas operó como centro operativo de mismificación: las exportadas burocracias imperiales, se ocuparon prontamente de descubrir entre los conquistados aptitudes e inclinaciones para abrazar la nueva verdad portada por los conquistadores (devenidos en redentores de la defectiva barbarie autóctona). Con el tiempo, las minorías locales, mimetizadas con la civilización invasora terminarían por abjurar de todo lo indígena, de todo lo originario. Todos estos procesos se ponen en circulación a partir de convicciones, filosóficamente sostenidas, de que el acceso a la universalidad exige la impugnación destructiva (o por lo menos la intrumentalización insensible) de todas las instituciones regionales en pos del mesiánico objetivo de revelar a la humanidad el logos verdadero.

miércoles, mayo 20, 2009

Utopías ecológicas. La articulación política de la ecología.


La economía y la ecología son etimológicamente hermanas. Podemos pensar que, para Aristóteles, la adopción entre uno u otro vocablo pudo haber sido una opción puramente estilística, adjetiva. En algún sentido, la diferencia que el Estagirita establece entre "economía" y "crematística" nos autoriza a pensar que la economía aristotélica bien podría definirse como ecología. En rigor, la diferenciación que establecemos actualmente entre una "economía ecológica" y una "economía del lucro", tienen como punto central de distinción el énfasis crematístico, rentístico que caracteriza a la “economía del lucro”, frente al desiderátum de justicia distributiva que distingue a la “economía ecológica”.
Pero el devenir histórico mostró un instinto fratricida en el crecimiento de la economía. Inducida por lo lucrativo, la economía asesta el golpe mortal a la ecología a partir de la modernidad. El lucro pasa a ser el logos que rige al humano, que se lanza a su obra inexorable de dominación y depredación: el genocidio de los Otros, el ecocidio de la naturaleza, la explotación brutal, el sometimiento del mundo natural a sus designios. La casa, el oikos ve como se disuelven sus ancestrales límites y la voluntad humana se vuelve ansía absoluta de infinitud espacial, furor por lo infinito tangible. Cuando ese modelo se vuelve cultural y políticamente dominante todas las relaciones se cuantifican en un signo común: el dinero se vuelve el intermediario universal que torna todo conmensurable. Todo monetarizado, nada queda fuera del mercado. América también es puesta en el mercado tras el descomunal esfuerzo de su "geografización". El hombre americano, reducido a pura naturaleza y la naturaleza reducida a mero recurso son meros recursos susceptibles de uso, apropiación, consumo.
Esa puesta en mercado de la naturaleza (y de los seres humanos incrustados en la naturaleza) se convierte en una impronta homogeneizadora, que en su inflexibilidad arrastra tras de sí todos los órdenes de la vida y sepulta toda otra posibilidad de concebir a la economía con bases en criterios ecológicos, no lucrativos.
Un poderoso andamiaje ideológico apuntala y sostiene la dura realidad de ese sistema madurado ahora hasta la perfección: el "Estado Universal Homogéneo" ha clausurado la historia. La crisis financiera y la guerra infinita son paradójicos hitos de una narración hegemónica que pretende sostener una verdad que ya no puede ser mejorada. La humana insatisfacción moral y material del hombre se ve complacida en un mundo de fast food y cine en DVD.
Pero a pesar de ello, es posible pensar la subversión de ese orden de cosas. Las demandas de millones de pobres (65 % de los latinoamericanos conviven con la pobreza) no podrán ser desoídas eternamente. La función utopizadora de la razón es concebir nuevas alternativas que sean capaces de imantar el accionar de los movimientos sociales que emprende la multitud, que a la luz de nuevas teorías de la revolución, ejercen la resistencia a ese mundo alisado por los objetivos del comando económico financiero global. Esas utopías insertadas en el seno de los proyectos políticos de estos nuevos actores sociales propenden a la transformación revolucionaria de la sociedad con base en viejos e irrealizados principios de democracia, justicia y solidaridad, de respeto por la capacidad reproductiva de una naturaleza puesta al servicio de las mayorías, de los derechos humanos realizados en la facticidad social y no meramente enunciados en la formalidad de las declaraciones.
Esta nueva critica de la economía política deber articular como un momento significativo la dimensión ecológica. Habrá de ponerse en cuestión radicalmente la lógica y las bases productivas que guiaron hasta el presente la práctica económica del occidente capitalista y del socialismo autoritario. La idea de que el oikos se emancipe de las leyes crematísticas que la han esclavizado y recupere las formas tradicionales de saber ecológico se halla en el centro de plurales movimientos sociales, que con un lenguaje diferente al occidental articulan luchas de supervivencia y deseconomización del entorno. Estos movimientos alternativos, por su enorme base popular han de ser las únicas capaces de internalizar las externalidades negativas producidas por la racionalidad lucrativa imperante. En ese sentido habrá que desconfiar de los esfuerzos que el sistema efectúe por sobrevivir incorporando imposiciones ecológicas reformistas. El "ecodesarrollo" y las "tecnologías apropiadas" son otros tantos modos eufemísticos inventados para seguir expoliando al Tercer Mundo, aún cuando se propongan tecnologías adecuadas a sus características propias. Esos términos constituyen parte del arsenal teórico de un discurso a-clasista que encubre el modelo político-económico, verdadero responsable de la catástrofe anunciada como inscripta en la lógica del devenir normal de la Humanidad.
Lejos estoy de predicar una imposible e indeseable vuelta al pasado, al proponer como modelos alternativos económicos los ejemplos históricos y vivientes del saber etno-ecológico de los pueblos indígenas. Sólo quiero indicar que el "lucrocentrismo" y la doctrina del crecimiento indefinido no están inscriptos necesariamente dentro de la lógica de la economía. Administrar la escasez de los recursos puede proponerse como el objeto de la economía ecológica y no una teoría del crecimiento. Distribuir con justicia lo escaso existente y no potenciar indefinidamente el crecimiento de la utilización desigual de los bienes puede formar parte de los principios económicos.
Pensar una economía no economicista, es decir no volcada patológicamente a la ganancia, sino orientada hacia la solidaridad, fundada en los tiempos reproductivos de la naturaleza y no en el inhumano tiempo económico de la autorregulación del capital; una economía que haga un uso racional y respetuoso de los recursos humanos, respetando criterios utilitaristas mesurados; que administra los recursos naturales no sólo desde el punto de vista de su disponibilidad física, sino también desde la preocupación por la dinámica o funcionalidad de los mismos. La explotación racional y ecológica de los bienes económicos deber tener en cuenta la regeneración de las funciones ambientales, como lo hacían las economías étnicas y no su mera renovabilidad física como la hecho siempre la lógica voraz del capitalismo.