miércoles, agosto 15, 2012




No es un jaguar el universo.
No  veo su belleza  desparramada  por doquier.
No  siento  la cadencia  de su  aliento  almizclado.
Ni  observo que su  dorada  e  impaciente  piel 
ofrezca  generosa  ante mis  enamoradas manos
sus  arduos e  infinitos  símbolos de vida.

No es un jaguar el universo.
Más bien parece un  tosco acopio
de seres inconscientes,  de inanimados entes.
No sopla  el aire  primordial  que al  todo religaba
ni  su piel  de ozono   acaricia  la    promisoria inquietud
de la esperanza que brota de la existencia en ciernes.

No es un jaguar el universo.
Más bien es una grosera construcción de los humanos,
donde la muerte no  brota  del azar  ni del instinto ciego,
sino una trampa que planifica la  pura razón, el límpido intelecto, 
donde  el dolor es un gesto  del rito cotidiano de la competencia
que, civilizadamente,  se celebra   en cada lugar, en  todas partes.

No es un jaguar el universo.
No  lo  veo enamorarse en ciclos de pasión  y de ternura frugal,
ni  duerme las siestas  en el inocente ocio de la virginal jungla.
No juega  por jugar con sus  ingenuos cachorros
Ni se permite  soñar  un mundo reencantado por la magia.
Es un universo que  goza  la disputa por  las presas,
que  sólo siente hambre.

No es un jaguar el universo.
Ni siquiera es un  animal.  Es la mecánica obra  de algunos hombres.
Se  mide  en años luz  y  en precisos micrones.
Lleva nombres científicos,  tiene un peso,   se compra,  se liquida.
Es una ciega  galería de  herméticos seres  que entre si se ignoran,
que  se desbrozan  impávidos en nombre de la razón,   
que se  ufanan de  desobedecer las leyes dolorosas del instinto.

Abelardo Barra Ruatta

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