No es un jaguar el universo.
No veo su belleza desparramada
por doquier.
No siento
la cadencia de su aliento
almizclado.
Ni observo que su dorada
e impaciente piel
ofrezca generosa
ante mis enamoradas manos
sus arduos e
infinitos símbolos de vida.
No es un jaguar el
universo.
Más bien parece un tosco acopio
de seres
inconscientes, de inanimados entes.
No sopla el aire
primordial que al todo religaba
ni su piel
de ozono acaricia la
promisoria inquietud
de la esperanza que
brota de la existencia en ciernes.
No es un jaguar el
universo.
Más bien es una grosera
construcción de los humanos,
donde la muerte no brota
del azar ni del instinto ciego,
sino una trampa que
planifica la pura razón, el límpido
intelecto,
donde el dolor es un gesto del rito cotidiano de la competencia
que,
civilizadamente, se celebra en cada lugar, en todas partes.
No es un jaguar el
universo.
No lo veo
enamorarse en ciclos de pasión y de
ternura frugal,
ni duerme las siestas en el inocente ocio de la virginal jungla.
No juega por jugar con sus ingenuos cachorros
Ni se permite soñar
un mundo reencantado por la magia.
Es un universo que goza
la disputa por las presas,
que sólo siente hambre.
No es un jaguar el
universo.
Ni siquiera es un animal.
Es la mecánica obra de algunos
hombres.
Se mide
en años luz y en precisos micrones.
Lleva nombres
científicos, tiene un peso, se compra,
se liquida.
Es una ciega galería de
herméticos seres que entre si se
ignoran,
que se desbrozan
impávidos en nombre de la razón,
que se ufanan de
desobedecer las leyes dolorosas del instinto.
Abelardo Barra Ruatta
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