miércoles, diciembre 17, 2008

Impolíticas corporales.


Saltar estadios como si se tuvieran botas inteligentes, estructuralmente enriquecidas de tecnología, ¡biónicas! Desconocer etapas como poniendo el cuerpo donde nos deleita ponerlos sin pensar donde deberíamos ponerlo siguiendo un deber ser inventado para otras circunstancias. Brincar sobre la historia misma y esquivar las gradientes convencionales, hetero y autoimpuestas. Instalarse en el temblor de las pieles que rozan pieles y quedarse a matar el verano con los aires que acondicionan vanas máquinas que hacen más bello el existir de la piel. Hacer un alto en la obligación crematística y entregarme opíparo al entusiasmo por el entusiasmo. Golosa necesidad de ser teniendo. Reír con los dientes blancos que la ortodoncia corrige a la naturaleza y a la desatención de los galenos de la ganancia. Abrazar los cuerpos amados en su proliferante diversidad, pero amarlos en sus alegres heterodoxias de la pauta. Amarnos, reteniéndonos en el goce durante todos los horarios que nuestro deseo marque para la cópula sin finalismos. Copular riendo. Romper representaciones míticas y símbolos edulcorados, asirse a la ruta de la grama y el cielo. O dejarse llevar por el viento que no tiene límites ni anclajes nacionales, ni legislaturas ni amos. Deambular buscando el paisaje que más se parezca a lábil deseo que se reinventa periódicamente. Ser trópico o fría estepa. Caminar por mercados donde lo exótico eleva mis sentidos, donde lo propio, en este día, siento que lo entumece. No ser de aquí, ni de allá. Ser sólo lo que siento: niños agolpados alrededor de la miel, mujeres ardiendo de amorosas rebeldías, varones que vuelven ocio el viejo tiempo patriarcal del dominio y la ganancia.

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