lunes, diciembre 03, 2007

La mesura hedónica


La condena reaccionaria a cualesquiera realización política que articule los intereses de los sectores más vulnerables asentará en el recurso a un arche incontaminado, moralmente impoluto, metafísicamente puro. Consistirá en la habilitación ontológica de las jerarquías y de las diferencias. No admitirá cortapisa alguna a los derechos eugenésicos de los nacidos para el mando. Todo recorte a ese derecho divino será visto como reacción animal, impensada, monstruosa. Condenada a su nihilización, a su olvido, al ostracismo epistémico y ético. Cuando los sectores populares -con rostros indígenas, morenos, gastados, envilecidos, envejecidos- asoman a la vida política empinándose sobre la pura animalidad a la que están condenadas naturalmente, una hecatombe de la pureza queda ipso facto denunciada. La belleza, el bien, la estirpe se ven amenazadas por los monstruos invasores.
Al goce obstinado de los poderosos se le opone un dique de intereses vitales idénticamente legítimos. A la lujuria exclusiva de los opulentos se le opone la modestia de los goces de quienes solamente han existido en los límites de lo humano. Al disfrute de los poderosos se le antepone el deseo de las multitudes borrosas. Ni siquiera es menester apelar a universales que fundamentan otro principio, otro arche. Basta con invocar la mesura hedónica o la empatía hedónica. Basta evaluar al otro como un idéntico sujeto activo de deseos e intereses. Basta con mirarse la piel. Con auscultarse el temblor epidérmico que proporciona el disfrute de lo deseado cuando se alcanza. Mirar al otro como un cuerpo que anhela, que desea...

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