Dentro y fuera de la historia.
Por Abelardo Barra Ruatta
La ciencia -el conocimiento
puesto a razonar sistemáticamente-
construye conceptos que permiten reconstruir y/o proyectar imágenes
desvaídas. Yo, como miles de personas en
el mundo, estoy empeñado en bosquejar
los rudimentos de un saber que exude vida.
Es por ello que pensar las consecuencias antropológicas de la conquista de
América, constituye para mí una cuestión, primordialmente, de sentir. Consiste en un ejercicio de inteligencia
sensible, que puede hacerse, simultáneamente, dentro y fuera de la historia.
Dentro de la historia, porque
nada humano se halla fuera de ella cuando la concebimos como el registro (quizás
imposible pero deseable) de las pulsaciones de un corazón movido por pasiones
amorosas. La historia es la inscripción minuciosa de las emociones en las
nervaduras de la piel, por ello, es un acontecer en la fragilidad y en la
fugacidad de la emocionalidad humana. La historia es existencial, carece de
leyes aunque se repita millones de veces en la alegría y el dolor de cada una
de las subjetividades existentes.
Por eso, en esa historia
multiplicada exponencialmente en la narrativa de cada una de las minúsculas
vidas, el dolor indígena se halla profundamente inscripto en la morena carne,
que fantasmalizó el invasor y su superior
cultura. En la pertinaz y vehemente negación de los dispositivos y expedientes
que hicieron derramar tanta sangre en 500 años de masacre (y resistencia), el ancestral
dolor indígena esboza una mueca, parecida a una sonrisa, que expresa un
incipiente alivio que procura atenuar la memoria de la infamia lacerando los
cuerpos. Se pueden atisbar en los confines de la vigilia y el ensueño, retoños
multicolores que portan, como pancartas del arco iris, los cobrizos brazos de
los supérstites dolientes de Abya Yala.
Esto es lo que, simultáneamente
está fuera de la historia, porque no hace falta crónica, duración, memoria para
relevar la sincronía del dolor. La diacronía de la opresión y el sufrimiento,
por cierto, adiciona frustración y nihilidad a la existencia, pero basta la
angustia irredimible de quien siente actualmente la humillación de mil formas
diferentes de discriminación para comprender el porqué de la muda y encorvada corporalidad
del indio sometido a una ominosa servidumbre ontológica. No es necesaria la historia
acumulada del padecimiento para que su congoja presente alcance la aberrante
valía del dolor infinito. Es que en la longitud y la latitud de la vida
individual, las coordenadas del ahora y del aquí fungen como la totalidad de
una existencia. Es en la precisa intersección corporal, sensorial y emocional
del presente dónde se define la valía hedónica del existir. Y mientras pese
sobre el indio la prohibición de acceder a la plenitud del goce de un presente
lleno de riquezas materiales y simbólicas, el dolor primará perverso y ominoso en
el balance hedónico del punto existencial en el que se encuentra.